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El Blog de Daniel Higa Alquicira

La eterna adolescencia de la sociedad mexicana

La eterna adolescencia de la sociedad mexicana

Con la crisis del coronavirus la vida se trastocó de tal manera, que tal vez nada vuelva a ser como lo conocimos hasta antes de esto. Se viven diversos escenarios y se batalla en diferentes frentes: el hogar y el entorno familiar; la dificultad económica que ya se comienza a sentir; la posibilidad real de enfermar e incluso hasta morir por la COVID-19 y por otra parte, la dificultad de tomar decisiones inteligentes en momentos muy complejos.

La sociedad mexicana es atípica en algunos sentidos. Impulsada por diversos factores, en estos momentos se combinan elementos que si bien es cierto siempre han estado, se han convertido en una bomba de tiempo que si explota, puede ser terrible para los sectores más desprotegidos del país.

Pobreza, marginación, ignorancia y falta de acceso a componente culturales, exclusión de los sistema de salud y protección social; son algunos de los componentes de una fórmula peligrosa. Pero si bien estas deficiencias fueron provocadas por los modelos políticos y económicos que ahora sabemos fueron erróneos, hay otros elementos que corresponden al plano individual o grupal y de los cuales somos los únicos responsables y que determinan nuestro bienestar.

Creencias como que la COVID-19 no existe o que solo le da a los ricos; que a “mí no me pasa nada”; que es un invento de los poderosos para acabar con los pobres o que los mexicanos somos inmunes a todo, es parte de como asumimos esta crisis como individuos en México.

Somos una sociedad irresponsable en muchos sentidos, sin importar el nivel socioeconómico. Nos molesta que la autoridad nos diga qué tenemos que hacer –en este caso el Gobierno con el “Quédate en Casa”-; pero al mismo tiempo critican sus políticas, juzgan sus decisiones, acusan a los funcionarios de ser “ignorantes, pendejos y unos buenos para nada”; por lo que de antemano no estamos dispuestos a seguir las recomendaciones.

Pero peor aún, esperamos que las autoridades solucionen todos nuestros problemas, ya que ellos son los que tienen el poder y creemos que son los únicos que lo pueden hacer. Mientras tanto, muchos de manera irresponsable hacen fiestas, van a mercados públicos de manera masiva para “festejar” la Semana Santa; familias completas salen de vacaciones o a pasear como si no pasara nada; conviven en las calles de sus barrios y si hay un llamado de atención de las autoridades, resurge ese resentimiento social de que el “pinche gobierno” debería estar trabajando en lugar de estar “jodiendo”.

Octavio Paz lo describió de manera perfecta en su Laberinto de la Soledad: “Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles”.

Por otra parte, también es una actitud muy parecida a la que asumen los adolescentes, donde tienen un claro rechazo a la figura de autoridad sin importar quien sea, toman decisiones suicidas para contradecir sus órdenes; son irresponsables e incluso pueden poner en riesgo su bienestar.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), “un adolescente no es plenamente capaz de comprender conceptos complejos, ni de entender la relación entre una conducta y sus consecuencias, ni tampoco de percibir el grado de control que tiene o puede tener respecto de la toma de decisiones relacionadas con la salud”. Algo así está pasando con algunos sectores de la sociedad.

Muchos podrán decir que esto es por necesidad, que tienen que salir a trabajar para poder comer y es cierto, un gran porcentaje de la sociedad lo tiene que hacer, pero muchos de ellos lo hacen de manera responsable, tomando todas las medidas posibles para evitar contagios.

Pero otra cosa son las decisiones irresponsables, como lo que sucedió en el mercado de La Viga en la CDMX, donde miles de personas acudieron de manera masiva a comprar mariscos en pleno aislamientos social y solo para festejar la Semana Santa.

Una actitud que refleja nuestra inmadurez como grupo social y que además, es un retrato nítido de nuestras carencias, tal como lo describe Paz: “un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esa dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas substituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, el week end y el cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos”.

¿Cómo combatimos esto? ¿Cómo cambiamos estas percepciones, tradiciones y creencias por algo mucho más racional y maduro? ¿Qué necesitamos para dar ese salto a la adultez como sociedad y dejar de ser el adolescente berrinchudo que no está de acuerdo con nada? Solo espero que no sea el coronavirus el que de manera dolorosa, nos obligue a volvernos adultos de manera muy dolorosa.

 

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